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SAN EFREN



San Efrén, el Sirio, Diácono y Doctor de la Iglesia. 

El Doctor de la Iglesia que llama a María, Señora, Madre de Dios, Llena de Gracia con los títulos más antiguos de la Iglesia, le llama también la Gloria de nuestra naturaleza, el Canal de todos los bienes, la Reina de todas las cosas después de la Trinidad. 

Títulos que recientemente están en la palestra son la Mediadora del mundo después del Mediador; el Puente Misterioso que une la tierra con el cielo, la Llave que nos abre las puertas del paraíso, nuestra Abogada, nuestra Mediadora, asumidos por el Concilio Vaticano II. Debemos esto a San Efrén Diácono.

 La Madre de Aquel que es el único misericordioso y bueno, es uno de los títulos que el Doctor de la Mariología sumo a su recopilación de los más antiguos con los que nos explica en poesía el rol de Aquella que nos dio al Autor de nuestra Salvación: Eva y la serpiente habían cavado una trampa, y Adán había caído en ella; _María y su real Hijo se han inclinado y le han sacado del abismo. La vid virginal ha dado un racimo, cuyo suave jugo devuelve la alegría a los afligidos. Eva y Adán en su angustia han gustado el vino de vida. La Iglesia Católica cree, profesa y reza conforme a la Fe de los primeros siglos de su historia, en especial a lo relativo a la Madre de Jesucristo, Nuestro Salvador. Comulguemos con toda seguridad de que vamos a recibir su Cuerpo y su Sangre.

Padre Manuel Antonio García Salcedo

Arquidiócesis de Santo Domingo 

Oratorio María Reina de la Paz

Colaborador: Héctor Js Arias Cuello 


ARTICULO DE COLABORACION

La Iglesia Instrumento de Gracia e Instrumento de Salvación 

Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt. 16, 18-19). 

Desde los primeros instantes del peregrinar de la Iglesia, hemos sido enviados por el mismo Jesús y al mismo tiempo, en el aceptar y poner en práctica el mandato, esta pequeña comunidad, que con el tiempo fue creciendo (Hch. 2, 41-47), también se convertía en el único instrumento de salvación dado por Dios, en la segunda persona de la Santísima Trinidad, Jesucristo Nuestro Señor.  Cristo el Señor confió en los Apóstoles la misión de continuar con el anuncio del Evangelio y de una manera especial en Pedro, para ser el primero entre todos los iguales. Con este mandato del Señor: “A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (vv 19), la Iglesia se convierte en ese instrumento de Dios, que se perpetúa en el tiempo, para bien de la humanidad, que se aventura en la nueva experiencia de vida, al creer en Cristo, que ha muerto por nosotros y que se ha quedado en la Fracción del Pan.  Este instrumento de Dios confiere la Gracia, por medios del Bautismo que reciben los creyentes, por ejemplo: el etíope al ser bautizado por Felipe; la familia que el Apóstol Pedro bautizó, el mismo Saulo, que se convierte de perseguidor en predicador. Él nos describe como el encuentro con Cristo, le permite recibir por el bautismo, la Gracia santificadora, que confiere el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo y que solo la Iglesia lo puede otorgar en la experiencia sacramental, este regalo de Dios, aquí en la tierra nos alcanza en el cielo la salvación. Esto nos lo explica el Apóstol de los gentiles: 

 “Así que, recordad cómo en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne, llamados incircuncisos por la que se llama circuncisión - por una operación practicada en la carne, estabais a la sazón lejos de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: él que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad” (Ef. 2, 11-14)

La iglesia es ese instrumento bello y maravilloso que nos reúne, como la gallina reúne a sus polluelos, nos regala una nueva identidad y una nueva esperanza gracias a Aquel que la fundó. Pablo es un incansable predicador del Evangelio y promotor de la Iglesia como instrumento de Gracia e instrumento de salvación. De una forma similar le secunda san Ignacio de Antioquía, pero este a su vez le añade un término más “Iglesia Católica”. Ignacio de Antioquía llegó a ser el tercer Obispo de Antioquia, y sucesor de Pedro, de origen bastante humilde, sucede a Eusebio a principios del siglo II. (Cfr. Adalbert-G. Hamman, Para leer Los Padres de la Iglesia, de Jerusalén a Roma, pág 18).  

Uno de los grandes testimonios de la vida comunitaria de la Iglesia primitiva, son las cartas de este santo padre de la iglesia, con informaciones amplias y claras, precisamente en una de la carta que dirige a Trales dijo: “Amaos unos a otros con corazón indiviso. Mi espíritu se ofrece en sacrificio por vosotros, no sólo ahora, sino también cuando logre alcanzar a Dios… Quiera el Señor que en él os encontréis sin mancha”. (Ignacio de Antioquía, La Tradición, Los Padres de la Iglesia, Catholic.net -). La vida comunitaria a la que estamos llamados a vivir, es como lo presenta Hechos de los Apóstoles, en unidad, en un mismo amor, y en un mismo espíritu, el santo nos motiva a tener esperanza de ser imagen de la iglesia celestial. Otro testimonio de los escritos primitivos de este santo, es el que dirige a la iglesia de Esmirna, en donde expresa la importancia de la unidad en la Iglesia, para que la Gracia y la Salvación pueda darse es de vital importancia estar unidos a Episcopo, a los sacerdotes y a la eucaristía. (cfr. Adalbert-G. Hamman, Para leer Los Padres de la Iglesia, de Jerusalén a Roma, pág 18). Nos queda claro con este testimonio, que la práctica de la unidad no es una exigencia sólo para los laicos, ni solo de los ministros ordenados, la exigencia es para todos los miembros, sin excepción, pues todos estamos necesitados de la justificación, como lo afirma San Pablo.  

En la historia de la Iglesia otro de los santos que afirma tácitamente que la Iglesia es instrumento de Gracia e instrumento de Salvación es San Ireneo de Lyon, discípulo de Policarpo y a través de él del Apóstol Juan. Este santo padre de la Iglesia afirma y manifiesta que es el mismo Espíritu de Dios quien actúa en la Iglesia, que a través de los sacramentos nos da la vida, y nos une a Cristo. Para ello el creyente debe saber aceptar y descubrir en la iglesia jerárquica la voluntad de Dios (1Cor. 12, 28), de lo contrario, es no estar en comunión, pues nos perderíamos de las riquezas que nos confiere el Espíritu de Dios por medio de la Iglesia, que son la gracia y la salvación, de aquí la expresión famosa del santo: “Donde está la Iglesia está el Espíritu, donde está el Espíritu está la Iglesia” (Cfr. Ibid pág. 26). Los miembros de la Iglesia están llamados a ser consciente de este tesoro que se nos da, y como, en una máxima expresión se encuentra en el sacramento de la eucaristía, como una fuente de agua inagotables que se nos ofrece por medio de los demás Sacramentos. 

Por otra parte, de la experiencia del peregrinar de la Iglesia en África, me gustaría centrar en dos grandes testimonios, San Cipriano de Cartago y San Agustín de Hipona, en la lucha contra el donatismo, expresan que la prioridad de los creyentes, debe ser, estar unidos y en comunión con los Obispos como los administradores e instrumento de Dios. De Cipriano conocemos la expresión: “Nadie puede tener a Dios por padre si no tiene a la Iglesia como madre” (Cfr. Tratado sobre la Unidad de la Iglesia).  A pesar de las diferencias del tiempo en cada uno de los padres de la Iglesia, las observaciones están en comunión, es el mismo Espíritu que nos va explicando y ayudando a entender todo para poder acercarnos a la Gracia, de igual forma como nos acercamos a la mesa de la eucaristía, el que no come del pan vivo bajado del cielo no tiene vida eterna, y para poder acercarse a la eucaristía es necesario el instrumento de Dios e instrumento de salvación, la Iglesia, que como madre nos encamina, nos acerca a la mesa de la eucaristía, que nos confiere la salvación. 

Padre. David López López

Arquidiócesis de Managua, Nicaragua. 

dantoniolopmision@gmail.com

 

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