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San Gregorio de Nacianzo

 




San Gregorio de Nacianzo

Gregorio nació de una noble familia. Su madre lo consagró a Dios desde su nacimiento, que ocurrió sobre el 330. Después de la primera educación familiar, frecuentó las más célebres escuelas de la época: primero fue a Cesárea de Capadocia, donde trabó amistad con Basilio, futuro obispo de aquella ciudad, y vivió después en otras metrópolis del mundo antiguo, como Alejandría de Egipto y, sobre todo, Atenas, donde de nuevo encontró a Basilio (cfr. «Oratio 43»,14-24; SC 384, 146-180).

Como confía en su autobiografía (cfr. «Carmina [histórica] 2»,1,11 «De vita sua» 340-349: PG 37,1053) recibió la ordenación presbiteral con cierta duda, porque sabía que después debería ejercer como pastor, ocuparse de los demás, de sus cosas y, por ello, no podría estar ya recogido en la meditación pura. Sin embargo, después aceptó esta vocación y asumió el ministerio pastoral en plena obediencia, aceptando, como le sucedió a menudo durante su vida, el ser llevado por la Providencia allí a donde no quisiera ir (cfr. Jn 21,18).

Hacia el 379, Gregorio fue llamado a Constantinopla, la capital, para guiar a la pequeña comunidad católica fiel al Concilio de Nicea y a la fe trinitaria. La mayoría, por el contrario, se había adherido al arrianismo, que era “políticamente correcto” y que los emperadores consideraban políticamente útil.

Gregorio recibió, como consecuencia de estos discursos, el apelativo de "teólogo": Así se le llama en la Iglesia ortodoxa: el “teólogo”, Y esto porque la teología no es para él una reflexión meramente humana, o menos todavía el fruto de complicadas especulaciones, sino que deriva de una vida de oración y de santidad, de un diálogo constante con Dios. Y precisamente así hace que aparezca ante nuestra razón la realidad de Dios, el misterio trinitario. En el silencio contemplativo, transido de estupor ante las maravillas del misterio revelado, el alma acoge la belleza y la gloria divina.

Volvió a Nacianzo y se dedicó al cuidado pastoral de aquella comunidad cristiana durante unos dos años. Después se retiró definitivamente a la soledad en la cercana Arianzo, su tierra natal, dedicándose al estudio ya la vida ascética. En este periodo compuso la mayor parte de su obra poética, especialmente autobiográfica: El «De vita Sua», una relectura en verso de su camino humano y espiritual, un camino ejemplar de un cristiano sufriente, de un hombre de una gran interioridad en un mundo lleno de conflictos. Es un hombre que nos hace sentir la primacía de Dios y por eso no s habla también a nosotros, a nuestro mundo: sin Dios, el hombre pierde su grandeza, sin Dios no hay humanismo auténtico.


Enseñanzas de San Gregorio de Nacianzo

Gregorio hizo resplandece ser la luz de la Trinidad, defendiendo la fe proclamada en el Concilio de Nicea: un solo Dios en tres Personas iguales y distintas —Padre, Hijo y Espíritu Santo—, «triple luz que se une en un único esplendor» («Himno vespertino: Carmina [histórica]» 2,1,32: PG 37,512). De este modo, Gregorio, siguiendo a san Pablo (1 Corintios 8,6), afirma: «para nosotros hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas; un Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas, y un Espíritu Santo, en el que están todas las cosas» («Oratio 39»,12: SC 358,172).

Gregorio puso muy de relieve la plena humanidad de Cristo: para redimir al hombre en su totalidad de cuerpo, alma y espíritu, Cristo asumió todos los componentes de la naturaleza humana, de lo contrario el hombre no hubiera sido salvado. Contra la herejía de Apolinar, quien aseguraba que Jesucristo no había asumido un alma racional, Gregorio afronta el problema a la luz del misterio de la salvación: «Lo que no ha sido asumido no ha sido curado» («Epístola 101», 32: SC 208,50), y si Cristo no hubiera tenido «intelecto racional, ¿cómo hubiera podido ser hombre?» («Epístola 101»,34: SC 208,50). Precisamente nuestro intelecto, nuestra razón, tenía necesidad de la relación, del encuentro con Dios en Cristo. Al hacerse hombre, Cristo nos dio la posibilidad de llegar a ser como Él. El nacianceno exhorta: «Tratemos de ser como Cristo, pues también Cristo se hizo como nosotros: ser como dioses por medio de Él, pues Él mismo se hizo hombre por nosotros. Cargó con lo peor para darnos lo mejor» («Oratio 1,5»: SC 247,78).

Gregorio nos recuerda que, como personas humanas, tenemos que ser solidarios los unos con los otros. Escribe: «"Nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo" (Cf. Romanos 12,5), ricos y pobres, esclavos y libres, sanos y enfermos; y única es la cabeza de la que todo deriva: Jesucristo. Y como sucede con los miembros de un solo cuerpo, cada uno se ocupa de cada uno, y todos de todos».

Gregorio subraya que el hombre tiene que imitar la bondad y el amor de Dios y, por tanto, recomienda: «Si estás sano y eres rico, alivia la necesidad de quien está enfermo y es pobre; si no has caído, ayuda a quien ha caído y vive en el sufrimiento; si estás contento, consuela a quien está triste; si eres afortunado, ayuda a quien ha sido mordido por la desventura.

Gregorio nos enseña, ante todo, la importancia y la necesidad de la oración. Afirma que «es necesario acordarse de Dios con más frecuencia de lo que respiramos» («Oratio 27»,4: PG 250,78), pues la oración es el encuentro de la sed de Dios con nuestra sed. Dios tiene sed de que tengamos sed de Él (Cf. «Oratio 40», 27: SC 358,260).

(encuentra.com, 2021)

Bibliografía

encuentra.com. (2021). encuentra.com. Obtenido de encuentra.com: https://encuentracurso.com/pluginfile.php/4650/mod_resource/content/0/pdf/Ensenanzas_San_Gregorio_de_Nacianzo_.pdf

 

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